Seguimos manejando, seguimos en el tráfico, como dos desesperados... flacos, cansados y ojerosos como dice la canción, pero con una ilusión: el sol, el calor y un poco más de color en medio a este gris – marrón indefinido que a veces parece eterno.
Pasamos por Paris, pero sin parar y lamentablemente de nuevo tráfico, de nuevo las salidas cerradas, las autopistas en mantenimiento. Merde, c’est la vie! Poco después del anillo de Paris, tomamos la N20 hacia el sur y nos encontramos en plena autopista un cartelito casi casi al estilo del Moulin Rouge que decía Relais des Chartreaux, entonces paramos sobretodo porque había llegado el momento en que panza y cabeza no pertenecen al mismo cuerpo, la primera se esta rebelando a tragar saliva nada más y la segunda se declara en huelga: que más da. El local resultó ser una maravilla, un hotel con diferentes servicios y entre ellos un restaurante espectacular, a pesar del frío pudimos sentarnos al “semi-abierto” una terraza cubierta y climatizada.
Pasamos por Paris, pero sin parar y lamentablemente de nuevo tráfico, de nuevo las salidas cerradas, las autopistas en mantenimiento. Merde, c’est la vie! Poco después del anillo de Paris, tomamos la N20 hacia el sur y nos encontramos en plena autopista un cartelito casi casi al estilo del Moulin Rouge que decía Relais des Chartreaux, entonces paramos sobretodo porque había llegado el momento en que panza y cabeza no pertenecen al mismo cuerpo, la primera se esta rebelando a tragar saliva nada más y la segunda se declara en huelga: que más da. El local resultó ser una maravilla, un hotel con diferentes servicios y entre ellos un restaurante espectacular, a pesar del frío pudimos sentarnos al “semi-abierto” una terraza cubierta y climatizada.
Después de semejante mística experiencia retomamos la autopista y seguimos hasta el anochecer, que nos agarre donde nos agarre total van ya cuatro días de lluvia sin tregua, sin respiro, sin paz. Después de buscar inútilmente entre bosques que no estuvieran divididos con alambres de púas para evitar que las vacas se escapen, llegamos cerca de San Victornien, en un pueblito con dos calles y cuatro casas. En la noche no pasa ni un gato para poder preguntar al menos la hora. Ni un misero cartel que lleve al cementerio. El estacionamiento más grande y alejado estaba ocupado por los clientes del restaurante que queda cerca, pero estaban celebrando una fiesta de un matrimonio marroquí que prometía pachanga y si no fuera por que no tenia un trapo fiestero que ponerme me hubiera colado sin más ni más. Total, cous cous asegurado con bailongo de grupo y que linda la interculturalidad, eh? Sea por casualidad o sea por que a fuerza de dar vueltas en algún lugar vas a terminar y nosotros terminamos en el estacionamiento del centro de salud y sin más ni más se procede con la tutumeme.
A la mañana siguiente, nos damos cuenta que estamos muy en vista y nos estacionamos detrás del centro de salud, hay un área verde indefinida, no se sabe si es pública o privada, pasa un poco de gente pero todo tranquilo, a pesar de los marroquíes de la noche anterior aquí no hay moros en la costa. Salen dos rayitos de sol, dos, solo dos. Parece que le pidieron permiso a Zeus para salir un ratito a jugar, pero los pobres no pudieron con el ataque de las nubes negras y justo apenas terminamos con el desayuno se desata el diluvio universal. Escapamos y ni modo sigamos hacia el Sur, la esperanza del calor empieza a enfriarse hasta ella misma. La desesperanza es la última en perderse, no?
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